Por el Dr. José Silié Ruiz

Un hombre sabio, de Besanzón, Francia, el gran escritor Víctor Hugo (1802-1855) señaló con gran acierto que: «Los cuarenta son la edad madura de la juventud; los cincuenta la juventud de la edad madura». Es decir, nos referiremos en este «conversatorio» al cerebro joven de una dama madura.

Desde hace unos 20 años estamos viviendo una especie de revolución en lo que respecta al conocimiento del cerebro femenino, claro, que acompañado todo esto de un mejor conocimiento de la intimidad del órgano rector.

La principal de las neurohormonas femeninas es el estrógeno, realmente la hormona más útil para definir la feminidad. Tiene una muy buena hermana la progesterona, pero es la primera, la que asociada a la dopamina, la serotonina, la oxitócica y la norepinefrina, son las encargadas de hacer que el cerebro humano se sienta feliz.

Desde un punto de vista lógico y muy elemental podemos asumir que de sus buenos niveles dependerá en gran medida, el que esa dama de unos 50 años sea ángel o súcubo, dependiendo de cómo se expresen esos grupos hormonales.

Casi unos diez años antes de que aparezca algo muy común en esta edad, la menopausia, ya el cerebro femenino comienza a mostrarse menos sensible ante los estrógenos, muy conocidos son los cambios que produce este período de suspensión de la función mensual femenina y en algunos casos son muy dramáticas las manifestaciones.

Los sofocones, dolores, malos humores, la depresión, los niveles cambiantes de la libido, etcétera, son parte de esta adaptación que está haciendo ese cerebro, por la disminución de la sensibilidad del «rector» ante la hormona femenina, que hace que los ovarios aumenten su producción, con abundantes menstruaciones antes de finalizar definitivamente, en otras damas nada pasa.

Veamos los casos donde hay desidia, antipatía, falta de alegría por vivir, que se da en un buen número de estas damas, felizmente no en todas. Un porcentaje de ellas inician una «apatía sexual», el desgano y el desamor las abate, sin tener una explicación, sin darse tal vez cuenta, se inician unos «adolorimientos» musculares, aparece una tendencia vegetariana, aman más lo práctico y «mercurial». Dificultad para sonreír alegremente y de hacer una vida lo más cercano a lo placentero.

En su intimidad, convierten el tálamo nupcial en algo parecido al Parque Nacional «Los Glaciares», porción antártica de la Argentina, donde vemos las pingüinas ser más vehementes sexualmente que algunas damas deprimidas por una carga hormonal distorsionada. En otras, la expresión hormonal es opuesta, son «muy» ardorosas y entusiastas.

La apatía es una consecuencia lógica de la alteración de los estrógenos, que son el enlace con los neurotransmisores de la felicidad del cerebro, comandados por la serotonina.

Pero no es sólo lo emocional, por igual esos estrógenos actúan como protectores de los vasos sanguíneos y está demostrado que las mitocondrias son superiores en la mujer, tanto de las neuronas como de los vasos cerebrales, la mujer premenopáusica tiene menos derrames cerebrales que el hombre, y cuando se presentan su recuperación es más rápida. Esto guarda relación con los niveles de una sustancia, la glutamina, que protege el cerebro de esa dama, aun años después de cesar su flujo menstrual.

El cerebro masculino de igual edad tiene un mayor nivel de estrógenos y progesterona, que el de esa dama; es por lo que ellas tienen mayor chance de padecer la demencia tipo Alzheimer.

Las variantes hormonales en esos cerebros femeninos, explican en algunas de ellas lo sensibles y aisladas que se tornan, esa «susceptibilidad» emocional aumentada ante las palabras y las actitudes de compañeros y familiares, tienen su razón de ser en alteraciones de áreas tan vitales, como el hipotálamo y la corteza cerebral.

Son las que gobiernan las secreciones hormonales y la expresión de toda conducta social racional, sea para la tristeza o la merecida felicidad plena de los cerebros femeninos de 50 o más.