Por Ylonka Nacidit

Carmen Imbert Brugal posee la más firme voluntad ética inquebrantable que conozco. Sé que desprecia a los sometidos a la desvergüenza, porque no oculta los horrores de las injusticias.

La Junta Central Electoral (JCE) puede entenderse como un “rompecabezas” en el cual sus piezas necesariamente por razón de cálculo tienen que encajar, ajustarse a la medida de los espacios concebidos por el que diseña cómo se debe articular esa estructura donde el azar pocas veces va de la manos de los que se escogen como árbitros.

El poder no es un asunto que se hace sólo de percepciones, ni que se asume como un simple juego de naipes o espejo mítico, por demás ficticio, donde se pueden idealizar personajes o rostros. Allí se pone a prueba el destino público y la credibilidad, porque aunque no se procure así: lo que era invisible se vuelve visible.

Para acceder o ser parte integrante de ese “rompecabezas” de manera independiente -sin el antecedente del arraigo de una militancia política comprometida, de un “bautizo” oportuno de las huestes fáticas disgregadas en partidos, el empresariado, las iglesias o la sociedad civil, que se hace el germen de la obediencia- se debe tener entereza de espíritu, o ser guardián del propio Yo para evitar abrumarse por el confuso proceder de los otros o las angustias de los infiernos interiores que traen los meandros del poder.

Carmen Imbert Brugal ha sido escogida por el Senado de la República para ser Miembro Titular de la Junta Central Electoral (JCE) por el período 2016-2020.

Imbert Brugal pertenece a una estirpe de la Humanidad que en todas las naciones encarnan la más noble de las ocupaciones que se puede ejercer desde el Estado: el oficio de sabio, el sacerdocio que los pueblos necesitan como fuente para que la virtud guíe su existencia y se destierren todos los laberintos por los cuales va la “vocinglería de las pasiones”.

Carmen Imbert Brugal.

En las antiguas sociedades contar en el foro público con un sabio era un lujo, un privilegio, sin importar si provenía de una familia noble de patricios o de opulencia hereditaria, o de las entrañas mismas del pueblo. Sus conocimientos, sus facultades deliberativas, su manera de instruir con elocuencia, de hacer que la verdad se asuma desde un péndulo al cual se pudiera concurrir para conocer a plenitud cómo se destierran los egoísmos, la ignorancia y el abatimiento que trae la miseria espiritual cuando los intereses materiales hacen que las civilizaciones sucumban enfermas por las ambiciones de los que oprimen, son necesarios.

En Imbert Brugal se cumple a cabalidad aquella célebre proclama de la época de la Ilustración de que, los sabios son “Fuertes con la fuerza de la razón, publican verdades inspiradas por ella misma”, a lo cual añadiría que, su voz se hace cada día más fuerte “con la fuerza de la razón”.

Su voz por décadas, no hay sido una voz pasajera, sino una voz constante, persistente. La voz de Carmen es auténtica, y sus opiniones provocan profundas reflexiones. Ha realizado miles de entrevistas escritas, radiales y televisivas. Es una de las primerísimas figuras de la narrativa contemporánea escrita por mujeres en el país. Su ángel, su carisma, y su espontaneidad en el trato, llaman la atención. Esencialmente es una intelectual, una intelectual   influyente en nuestra sociedad, que atrae respecto y simpatías.

Y, como jurista medita constantemente. Le obsesiona la veracidad, el debate, el intercambio productivo de ideas, puesto que sabe sortear los obstáculos, trazar los senderos donde se proyecta con sensibilidad y grandeza por sí misma. Ella tiene suficiente conciencia histórica para escribir su propia autobiografía donde lo primordial será siempre su dignidad, su prudencia, su integridad y su honestidad que predominan como sus principales valores. Es una de las mujeres que más admiro, en términos de prestigio, tanto por su talento, su disciplina y su entrega sin tregua a su labor de comunicadora.

Carmen ha salvado a esta sociedad del suicidio emocional; porque no sabemos aun por cuánto tiempo más estaremos de frente (involuntariamente) ante el deprimente y letal espectáculo de escarabajos metamorfoseados de “honestos” que salen desde las profundidades de la tierra, desde un feudo vitalicio de avaricia a este mundo de ataúd y de mortajas a satisfacer sus ambiciones y vanidades con una estela de odios, racismo, discriminación y xenofobias.

Carmen ha enfrentado el mundo actual, hostil, de destino incierto que se precipita a la barbarie, al más hondo abismo, a lo inútil, a lo poco fértil y a la simulación, donde los simuladores que se apropian de la “palabra” lastiman a los más sensibles, haciéndose cómplices de coyunturas banales, saliendo a la superficie como azogue, contornándose (ellos) con rabia para envilecer a la opinión pública.

A esos simuladores subyugados a la esclavitud de la arcilla, es a quienes ha combatido, y son a los que esta “sociedad” les ha tolerado todo tipo de transacciones y las más deshonestas negociaciones, porque trafican con el miedo, y han envejecido escupiendo pestilencias e infamias, atesorando prebendas en una aritmética operación donde se suman bastardías, perversas acumulaciones de privilegios que se tejen en la telaraña de la política donde se dan cita como sonámbulos hiperbolizantes, trapecistas morbosos, y neuróticos detrás de las sombras.

Carmen Imbert Brugal posee la más firme voluntad ética inquebrantable que conozco. Sé que  desprecia a los sometidos a la desvergüenza, porque no oculta los horrores de las injusticias. Carmen es paciente, certera; sabe esperar su encuentro exacto con el destino, con lo que le corresponde hacer sin importar el escenario desde el cual actué, porque tiene el arma más poderosa para combatir: la dignidad.

Carmen es imbatible. Tiene en suerte la capacidad intelectual para examinar y conocer con exactitud las cuestiones sociales sobre las cuales opinar, y la preeminencia que da el conocimiento. Cree en el bienestar general, no obstante que el progreso es una perfectibilidad indefinida al igual que la felicidad, puesto que las sociedades siempre vivirán agitaciones espontáneas, divisiones, realidades que transforman a las ideas que, por lo general, nunca se curan.

Aproximémonos a los cientos de artículos que ha publicado en revistas y en medios de comunicación local, que atestiguan los significados plurivalentes de su pensamiento, la manera en que aniquila con los diversos matices de su lenguaje inquisidor a los opuestos, como también es cierto que, sabe cómo colocar a los que nombra y no nombra al desnudo, con angustia, con inquietantes preguntas, cuando se aproxima la amenaza vedada con el rostro de gruñones fracasados. Cada uno de sus artículos es una cátedra de enfoques y reflexiones originales, y contextualiza como pocas creadoras una escritura genérica.

Carmen Imbert Brugal existe en el entorno de muchas personas siempre en primera persona (y soy una de ellas) y seguirá siendo así: en primera persona, porque ella no pasa desapercibida ante las generaciones presentes, la sociedad ni la Historia misma. Es una figura pública relevante, única e irrepetible que abre hoy una nueva puerta, que va al encuentro de otras realidades, cruzando a través de los hilos del tiempo un nuevo desafío, del que saldrá triunfante.

La República Dominicana debe reconocer en Carmen a una de las más importantes mujeres con las cuales contamos, que está precedida de extraordinarios dotes para el trabajo, para trazarse metas y presentar logros.

Carmen Imbert Brugal merece desempeñar un rol estelar desde el Estado. Ha sido una notabilísima y ejemplar ciudadana, una activa y militante civilista. Ha estado vinculada a los movimientos democráticos. Ha llevado consigo una ideología/praxis que pocos conciudadanos pueden exhibir. Ha producido un discurso reflexivo y memorable del cual se puede hablar generacionalmente. El legado de su trayectoria está a la vista y presente: se puede conocer, se puede leer, se puede auditar, se puede estudiar, y nadie puede invalidar su vocación de servicio y su entrega a las causas civilistas.

Nadie reúne condiciones para oprimirla, asfixiar su conciencia o causarle disturbios a su alma. Es fuerte como la roca más dura que se encuentra en el Universo. Nadie la hace transgredir en sus principios ni le quita su rutina de ser combativa en la defensa de sus ideas. Ha luchado por los derechos de quinta generación, por los derechos humanos de las mujeres, y su accionar público ha sido siempre por la vía legal y legítima.

Carmen Imbert Brugal tiene una mirada incisiva, una capacidad de subvertir el discurso del contrario. Domina cualquier escenario, aun el que le pudiera ser adverso. No descansa, no conoce del descanso. Ha producido un pensamiento propio, que no es frecuente aceptar en una sociedad misógina y patriarcal como ésta, donde los vencidos por ella, hoy se comportan como perros sin un hueso que morder.

Su autobiografía personal es un ejemplo innegable de su compromiso con la ética y la equidad. No es una mujer que se doblega ante las tormentas, ni que huye, ni que se esconde. Ella ha colocado ahora sus anclas en el presente, y su voz será exacta a la que tiene por décadas: fiel a la verdad, fiel a un corpus que destierra la violencia como arma para imponer criterios.

Los ojos de la nación hoy están puestos sobre ella, sobre Carmen Imbert Brugal, una de las más valiosas contribuyentes en las últimas tres décadas al ejercicio del periodismo independiente, que no se subordina, que sabe tirar y dar en el blanco, y conoce la visión compleja que el poder tiene del mundo de las mujeres. Naufragios y desarraigos no son nociones que encontremos en su vida.

En Carmen Imbert Brugal no se va a recrear nunca el mito de Penélope, de la mítica arquetípica “mujer ángel, paciente, callada y obediente”.

Carmen, desde hace muchos años, dio inicio a su propia historia. Es la dueña de su destino, de su vida construida por ella a solas, y a imagen y semejanza de sí misma, y de lo que ha proyectado ser y es: una mujer extraordinaria cuyo legado será un referente irrepetible en la historia del siglo, sin urgencias, con vitalidad.