[Por Delta Soto]
Podemos remontarnos al teatro griego con sus dramas y sus tragedias, los papeles femeninos los hacían hombres. Pensemos en Japón con el Teatro No, donde todavía hoy, sigue siendo profesión de hombres. Y su teatro Kabuki, en principio negado para nosotras, aunque me parece que en éste se nos ha aceptado al paso de los años y con la imposición de la modernidad. En Italia con la Comedia del Arte y en Francia igual teníamos bastantes problemas para encarnar los papeles femeninos
En fin, nuestro progreso en la profesión de Actriz, ha sido muy positivo, tanto en lo cualitativo como cuantitativo, que de ser apedreadas, vejadas, maltratadas, y calificadas con los peores términos, ahora somos respetadas y reconocidas por nuestro trabajo. y reconocidas, hemos llegado al cine nacional e internacional por la puerta grande.
La época medieval con sus misterios, y la Inquisición con sus sanciones de quemas en la hoguera, por brujas, ha pasado a la historia. También es cierto, que la época de los Mecenazgos de señores feudales con títulos de nobleza como duques, príncipes, barones, reyes, etc., han desaparecido, porque aunque nos albergaban en las caballerizas, a nosotros, los teatreros (léase, “cuatreros”), nos buscaban con afán, y se enorgullecían de presentar en sus grandes fiestas u orgías las actuaciones de compañías de actores ambulantes, o hasta creaban y apadrinaban sus propias compañías… Claro que distaba mucho de ser la situación ideal.
Hasta hace algunos años, (en el siglo pasado), la gente de teatro era tenida al menos, y en especial las actrices. Nos acusaban de muchas cosas… Ejemplo, el siguiente dialogo entre mi madre y yo, ocurrido en el año 1957:
¡Si, voy a ser actriz!
¿Cómo puedes decir y hacer tal cosa? Somos pobres, pero en nuestra familia nos respetamos, no hay en la misma, que yo sepa, ninguna “puta”…
Si le hubiese hecho caso, tal vez hoy sería una triunfante farmacéutica, o abogada brillante, pero no lo hice. Por el contrario me ubiqué en un grupo de aficionados que estaba leyendo obras dominicanas y clásicas en el patio de una hermosa casa antigua, por demás librería, en la calle Mercedes, propiedad del reconocido editor y librero, propulsor de las Ferias del Libro en el país, Don Julio Postigo.
Allí leíamos textos dominicanos y clásicos, más los últimos que los primeros. En esa época nuestros dramaturgos eran pocos. Elegimos una obra, “SOMBRA VERDE”, en la cual yo tenía el papel principal, de la autoría del dominicano Máximo Dubreil, quien, lamentablemente, como romántico al fin acabó suicidándose, perdiéndose quien ya se perfilaba como valioso autor dramático.
Ensayé otras obras, pero desgraciadamente nunca pudieron ponerse en escena. Luego, me acerqué por los predios de Bellas Artes, estaba al frente del Teatro Escuela de Arte Nacional, (TEAN), el director español, González Chamorro, del cual había visto montajes tan excelentes como “La Duquesa de las Algas”, y “Arsénico y Encaje Antiguo”, entre otros muchos y que hizo historia en nuestro teatro. En ese momento estaba estructurando el elenco de su próximo montaje, “En la Ardiente Oscuridad”, de Buero Vallejo. Me hizo una pequeña prueba, me dio un papel, pero continuando con mi pésima suerte, tampoco logró estrenarse. ¿Razones?, Las ignoro.
En el año 1957 ó ¿sería en el 58?, me inscribí en la Escuela de Teatro de Bellas Artes, allí recibí docencia de excelentes profesores y algunos magníficos actores como Jesús Lizán (fallecido), Lucía Castillo, Margarita Contín Aybar, José Veliz Domingo, Salvador Pérez Martínez; un señor español que nos daba clase de esgrima, de nombre Montilla, creo, y Niní Germán. No sé por qué, pero al año, a pesar de los conocimientos adquiridos dejé los estudios porque sentía que me hacía falta algo más intenso.
Ya para esa época mis familiares me habían adjudicado el mote de teatrera y por estar en el movimiento clandestino 14 de junio, era considerada la oveja negra de la célula primaria de la sociedad, la familia…
Aunque había hecho para televisión, en el formato de kinescopio, dirigida por Máximo (Máx.) Pou, (fallecido), quien creo la conservó y dejó en RTVD, y junto a nuestro gran declamador y actor, residente desde hace años en New York, EUA, Carlos Tolentino, “La Consagración de la Noche”, de Jean Tardeau, por medio de la política logré, ¡por fin! debutar en el teatro.
La responsabilidad de mi actuación en esa obra fue de la Dra. Grey Coiscou, quien colaboraba como intelectual y escritora con Máx., además militaba conmigo en el 1J4 y quien me recomendó a Niní Germán que empezaba a buscar talentos dentro de la Agrupación para el primer montaje con características sociales y políticas, ¡claro, después del trabajo de la Filantrópica, nos quedábamos cortos!
La obra elegida, “MUERTOS SIN SEPULTURA”, De Jean Paul Sartré, estrenada el 2 de febrero del año 1962 en el Palacio de Bellas Artes y donde hice el único papel femenino, por lógica, protagónico, junto a valiosos compañeros, revolucionarios. Algunos han seguido en el teatro, como lo son: Iván García, Rubén Echavarría, Pepito Guerra Nouel. Desgraciadamente, nuestro Narciso González (Narcisazo), fue asesinado, como todos los dominicanos sabemos, hace unos años y ya hacía tiempo había dejado el escenario.
Los demás han seguido otras carreras, como son, Rafael Vásquez, Juan Sánchez, Teobaldo Rodríguez, y Cocò Casanovas. Este montaje se paseó por el interior del país, y su propósito aparte del mensaje de la obra que aún escrita por un francés, parecía retratar en vivo las crueldades y torturas sufridas por los catorcistas durante su permanencia en la ergástula de “La 40”, era recabar fondos para la Agrupación Política.
Luego invitada por Rafael Villalona, trabajé como actriz principal en la obra de Alfonso Sastre, “ANA KLEIBER”. La crítica en ambos montajes me trató en muy buenos términos y si hubiese sido susceptible a los elogios, me hubiese creído que ya había llegado a la cima, pero por suerte No!! Lo que buscaba en la Escuela de Teatro de Bellas Artes, lo encontraría más tarde cuando partí a reunirme con Rafael, quien había marchado un año antes a estudiar en el GITIS, o sea el Instituto Teatral a nivel Universitario llamado Lunacharski, de Moscú, antigua URSS.
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