Por Elenoiris Vasquez|
Ser más profundos es el resultado de haber vivido lo suficiente, o quizás solo un poco para conocer lo esencial.
Hay quienes aspiran a dividirnos en superiores e inferiores, ya sea por la robusta carga de nuestro bolsillo, los pigmentos de nuestra piel, y hasta por la forma de sentir.
Desde eras arcaicas los más débiles se refugian bajo el ingenio de los fuertes, los buenos persiguen a los de su estirpe, mientras la mala hierba se deleita en su maleza. Los patrones han sabido segregarnos, y en los grupos más selectos, a veces es necesario ser muy complejo.
No debe negarse que hay dificultades necesarias, nada como un niño embelesado intentando aplastar la aritmética, o al contrario, un humano nauseabundo filosofando sobre el amor.
El ser se va moldeando al entorno a medida que baila con los problemas, al punto que la búsqueda de soluciones se eleva al renglón de arte. Sin embargo, existe una gran diferencia entre resolver problemas y crearlos. Los habitantes del siglo XXI fallamos sobreponiendo las dificultades a la paz, en lugar de mitigar situaciones no agradables, llenamos de pretextos y rencillas cada aspecto positivo que engalana nuestras vidas.
Hoy en día las relaciones amorosas no duran, el éxito profesional pasa a ser efímero, y un aura de insatisfacción permanente parece albergar muchos corazones.
La propaganda de perfección esparcida por los medios, ha tergiversado el verdadero sentido de la vida; pisoteamos lo que ya tenemos, sin lograr la mejor versión de ello, simplemente porque el mundo ha vendido la idea de que siempre habrá más; un mejor trabajo, un compañero más oportuno, o tal vez una vida menos absurda.
Los espacios públicos bombardean por minuto que no tenemos lo que merecemos, que alguien del otro lado, con mucho menos esfuerzo, ha alcanzado lo que debimos tener. Como ciegos adoptamos las posturas tendentes, desvalorizando nuestra familia, nuestra pareja, nuestro empleo, o el conglomerado de bendiciones con las que hemos contado desde siempre.
No esta mal aspirar a más, cuando el motor de superación es en base a nuestro estado actual, con lo pies en la tierra y sin menosprecios injustos a la vida que llevamos. Jamás será incorrecto cambiar de ambiente cuando las circunstancias lo ameritan, pero debemos recordar que lo dañado en ocasiones se repara, sin tener que recurrir a ser tirado inmediatamente.
Seamos pensadores complejos, y caminantes sencillos, seres de visiones inmensas y esforzados al doble. Pero jamás, osemos convertirnos en seguidores del mundo, porque bajo la observancia de los juicios, solo lograremos perder nuestra esencia.
Trabajemos nuestro futuro, pero que sea el presente el primer ladrillo del muro a construir. Para una gran catedral, ha de buscarse primero un gran terreno, o en palabras menos complejas, tener un punto de partida. La sociedad pronunciará sus pautas, y si somos tan complejos como alardeamos, sabremos evaluar sabiendo qué tomar o dejar.