Por Emilia Pereyra
El dictador Trujillo, figura archinotable de las tiranías latinoamericanas, está íntimamente vinculado al avasallamiento sexual.
La desmesurada inclinación lujuriosa del tirano ha quedado registrada en la historia de su satrapía, que se ha encargado de hacer constar las humillaciones que padecieron por su causa cientos de dominicanas.
La Uranita creada por Vargas Llosa en La fiesta del chivo es una dolorosa muestra, tejida con la materia prima de la ficción y la realidad, de lo que significó la incontinencia del perínclito sancristobalense.
El drama de Uranita es potenciado en la película de Luis Llosa, por la brillante actuación de la joven actriz inglesa Stephanie Leonidas, que logra estremecernos con su mezcla de inocencia y terror en las escenas previas al acto de la violación y cuando se produce su traumático encuentro íntimo con el déspota.
La tragedia de Uranita es una demostración de la ignominia a la que puede conducir el temor por perder definitivamente el poder, la riqueza y hasta la vida. Cuando Cerebrito, recién caído en desgracia en los finales de la era, decide entregarle su candorosa hija al jefe, piensa ingenuamente que la fortuna volverá a tocarlo y regirá otra vez en el feudo del dictador.
La película La fiesta del chivo, como ocurrió con la novela del mismo título, ha generado diversas reacciones. He escuchado decir que en el filme la mujer es presentada como una prostituta. Sin embargo, el drama de la fémina de la era nos permite hacer otros razonamientos. Y uno de ellos es que la criolla de la época (“alegre” o circunspecta) estaba expuesta de manera constante a la mirada lasciva del jefe, a su apetito insaciable y feroz incontinencia. Es decir vivía en riesgo permanente.
Muchas mujeres fueron protegidas por los suyos y otras lanzadas a los brazos del insensato. En muchas situaciones las conducían al lecho del tirano las ambiciones de poder de sus propios familiares o sus propias ansias de grandeza. Empero, la mayoría iba a la cama del perínclito llena de pavor. El tirano no era Dios, pero miles lo consideraban un todopoderoso y en verdad dominaba en esta tierra.
Eran otros tiempos. Entonces, ¿cuántos se atrevían a contrariar los deseos de ese “omnipotente” que un día fue acribillado por las balas de quienes lo aplaudieron, lo odiaron y planearon su muerte?
Para fortuna de la patria y de las mujeres, Trujillo forma parte del pasado.