Por Annerys Rodríguez

Al comienzo yo veía a Dios como mi observador, como mi juez que llevaba la cuenta de mis actos para saber si merecería el cielo o el infierno. Él estaba allá arriba, como un personaje. Yo conocía su retrato, pero no lo conocía a Él.

Más adelante, cuando conocí a Cristo, la vida se transformó en un paseo en bicicleta. Era una bicicleta para dos, y Cristo iba atrás, ayudándome a pedalear.

No recuerdo cuando, Él sugirió que cambiáramos los lugares. La vida no ha vuelto a ser la misma desde entonces, se ha vuelto fascinante!!!.

Cuando Él manejaba, conocía largos y deliciosos caminos subiendo y bajando montañas a través de rigurosos lugares, a una velocidad increíble. Todo lo que yo podía hacer era aferrarme a Él y aguantar, aunque pareciera una locura.

Él me decía: «¡¡¡PEDALEA!!!, ¡¡¡PEDALEA!!!». Yo ansioso y preocupado preguntaba «¿a dónde me llevas?». Él se reía y no contestaba, entonces, empecé a confiar.

Olvidé mi aburrida vida y me lancé a la aventura. Y si alguna vez le decía: «Estoy asustado», Jesús se inclinaba y tocaba mi mano.

Él me llevó a conocer gente que me hacía regalos de sanación, de aceptación, de alegría y de paz para nuestro viaje. Él decía: «Da esos regalos», y yo se los daba a la gente que nos encontrábamos y descubrí que dando, yo recibía y que la carga se hacía más liviana.

Al principio yo no confiaba que Él manejara mi vida. Pensaba que podía chocar. Pero luego me di cuenta que era un volante perfecto, tomaba impecablemente las curvas, saltaba en forma exacta las grandes piedras, y sabía volar para acortar los pasos peligrosos.

Estoy aprendiendo a callarme y a pedalear en los lugares más extraños. Estoy empezando a disfrutar del panorama y de la fresca brisa en mi rostro. Y cuando siento que ya no puedo más… Él solamente me mira, me palmea y sonriendo me dice:

«¡¡¡¡PEDALEA!!!

Fuente: http://www.webcatolicodejavier.org

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